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El papa Francisco sigue dando muestra de la importancia que les da a las víctimas de pederastia dentro de la Iglesia Católica y por ese motivo acaba de levantar el secreto pontificio, el cual ha sido usado sistemáticamente por varios jerarcas no solo para no investigar asuntos que son necesarios hacer público, sino para proteger a algunos depredadores sexuales que se encuentran dentro de sus jurisdicciones. Esta es una buena noticia, porque proteger a las víctimas de abusos sexuales es cumplir con la razón de ser de la Iglesia: acompañar a los más desfavorecidos.
Infortunadamente el tema de la pederastia en la Iglesia Católica dejó de ser hace mucho rato casos aislados para confirmarse que se trata de una manera de proceder que se extendió por el mundo entero como lo revelan decenas de publicaciones y de causas judiciales que se han ido abriendo en varios lugares y que demuestran una manera sistemática de la actuación de encubrimiento, como lo son los traslados de los personajes señalados, en lugar de apartarlos de su trabajo hasta la resolución final, como quedó finamente retratado en la exitosa película Spotlight.
Que los obispos deban entregar a las autoridades civiles la información que tengan sobre los abusos cometidos por sus sacerdotes es un paso enorme en la necesidad de no dejar impunes estos crímenes. El papa reforma dos leyes, la primera es la de levantar el secreto pontificio en estos casos. La segunda tiene que ver con endurecer las normas que castigan a los clérigos que adquieran, posean o divulguen "con un fin libidinoso" imágenes pornográficas de menores de 18 años y lo eleva a la categoría de delito. Hasta ahora solo estaba definido así cuando se trataba de menores de 14 años.
Esta muestra clara de la decisión del pontífice para impedir que este cáncer siga carcomiendo la credibilidad en la Iglesia. El libro Sodoma, del francés Frédéric Martel, dejó claro cómo hay una red de estos asuntos en la Iglesia Católica y que se mueve desde el Vaticano, la misma que ha intentado socavar el poder de Francisco al que ve como una amenaza para su poder. Se debe respaldar al papa para que continúe haciendo lo mejor por la Iglesia y por el clero. Si para eso es necesario romper la unidad de cuerpo que tanto ha permitido el silencio cómplice en la jerarquía, pues deberá hacerlo, porque nada justifica que se cometan estos delitos y mucho menos cuando las víctimas son niños o personas vulnerables.
El poder que ejerce sobre su comunidad un sacerdote es difícil de medir, pues se trata de un representante que para muchas personas es la máxima autoridad. Por este motivo, su ejemplo no puede tener tacha y debe servir para promover antes el cumplimiento de las normas y para que se extienda la solidaridad entre las comunidades. Cuando el sacerdote traiciona esa confianza causa un daño irreparable a la persona a la que victimiza, que difícilmente puede superar el trauma, y a la misma comunidad en la que deja una desconfianza que es difícil de superar.

No se pide que los sacerdotes sean perfectos, entendemos que son humanos, pero también, si cometen delitos, sobre ellos debe caer todo el peso de la ley, y no seguirlos protegiendo, como acostumbraron durante años obispos y arzobispos, tal como sucede en Colombia en donde aún falta mucho por descubrir, como lo ha mostrado el periodista Juan Pablo Barrientos en su libro "Dejad que los niños vengan a mí".