Se inician hoy en México, formalmente, los diálogos entre el gobierno y la oposición de Venezuela. Con la mediación del país anfitrión, la facilitación de Noruega y el acompañamiento de Rusia y los Países Bajos, arranca un encuentro que busca acuerdos mínimos para que vuelva la democracia plena a ese país y con ello el respeto a los derechos humanos y otros que han sido vulnerados por los chavistas desde hace años.
Los problemas de Venezuela son por cuenta de dos décadas de mal Gobierno, desde que Hugo Chávez llegó al poder y se inventó su famoso sistema de Socialismo del Siglo XXI, que puede ser un capítulo para una nueva edición del famoso superventas ¿Por qué fracasan los países? Por supuesto, todo se agravó cuando se siguió el manual para acabar con el aparato productivo y ya no hubo retorno cuando el heredero al poder, Nicolás Maduro, tomó peores decisiones para defender un proyecto político, por encima de la propuesta económica.
Resulta muy difícil hacer oposición en un país que se conduce como una dictadura con apariencia de democracia, que busca imponerse con un partido único, en el que no hay transparencia y cuando se usa el poder para socavar la credibilidad de los oponentes. No obstante, hay que decir que en medio de esas dificultades la oposición venezolana cometió errores protuberantes que facilitaron por un lado el camino del caudillismo y, por el otro, diezmaron las posibilidades de mantener a raya a quienes han llevado a ese país a las dificultades que hoy ostenta, las mismas que lo han hecho un expulsor de ciudadanos.
En noviembre próximo la oposición debe volver a las urnas. Espera sin mucha expectativa lograr algunos escaños, al entender que el Gobierno tiene la sartén por el mango y que es casi imposible lograr una veeduría creíble que permita auditar el sistema y los votos. En esta oportunidad ha entendido que no hay manera de hacerse al poder si no es contándose, incluso si teme que puede haber fraude, como se ha denunciado en los comicios desde hace rato. La última vez que los opositores participaron fue en el 2017 y desde entonces optaron por no prestarse a lo que consideraban una pantomima que ayudaba a legitimar a quienes ostentan el poder.
Un sistema democrático, para denominarse así, debe tener un sistema electoral transparente y libertad para participar; de contar con un sistema judicial y órganos de control independientes del Ejecutivo; así mismo, alternancia en el poder para que se pueda mantener un sistema de contrapesos, pero nada de esto ha existido en Venezuela desde hace rato. Por eso tuvieron razón los 50 países que en su momento legitimaron a Juan Guaidó, que aprovechó la oportunidad de lograr la mayoría en el Congreso para intentar hacerse al poder, pero esta idea se desgastó.
Venezuela es un país que necesita recuperar la senda de la tranquilidad y del crecimiento económico, que genere bienestar para todos sus ciudadanos, no solo para el bien de sus nacionales, sino para todo el continente, pues se trata de un jugador clave en las relaciones continentales y hasta antes del bolivarianismo amañado, impuesto por Chávez y su camarilla que hoy sigue su curso, un país respetuoso de la Convención Americana. Qué bueno que esta oportunidad sea el punto de quiebre para retomar el rumbo.
