En principio, un profesor es una persona formada, con valores para transmitir a sus alumnos, un adulto que al liderar un grupo de niños o jóvenes en un colegio o una escuela tiene el deber o la exigencia de dar ejemplo, de ser guía, de formar a otros como personas responsables y con principios. En ningún caso puede ser quien, aprovechando su condición de autoridad en el aula, trate de sacar provecho de dicha relación de dependencia frente a sus alumnos o alumnas, para establecer relaciones sentimentales de ningún tipo. La ética en estos casos es una obligación imprescindible, que no admite zonas grises.
Esta reflexión, que obedece a una lógica que no requeriría mayores explicaciones y que está enmarcada en el sentido común, se hace necesaria ahora porque la Secretaría de Educación de Caldas emitió una resolución con la que se prohíbe cualquier tipo de relación amorosa entre profesores y alumnos en los colegios públicos del departamento. Tal obligación tuvo que ser enfatizada de manera oficial, debido a que en tres municipios caldenses se denunciaron este tipo de situaciones, a todas luces irregular, ante lo cual era necesario actuar rápido para evitar males mayores.
Padres de familia angustiados por lo que estaba pasando llevaron sus quejas a instancias superiores y así fue posible que se sugiriera a los rectores de los colegios incluir la prohibición en los manuales de convivencia. Ojalá que haya respuesta positiva y que no se quede como letra muerta, sino que en verdad se cumpla en la cotidianidad de esas instituciones. Como lo señala el texto divulgado por la Secretaría, la prohibición comprende "hasta la más mínima demostración de afecto entre docentes y estudiantes, dentro y fuera de la institución educativa".
Es triste que algo tan lógico como eso tenga que ser estipulado como prohibición, cuando debería nacer de la propia conciencia de los profesores. Además, un educador debería saber que siendo adulto podría estar cometiendo un delito al entablar una relación de este tipo con un menor o una menor de edad. De hecho, los casos conocidos, que ya fueron llevados al análisis de comisarías de familia, deberían escalar a instancias judiciales que castiguen la conducta inadecuada de los mal llamados maestros que se involucran en situaciones de esta naturaleza.
Alguien dirá que sí es posible que estas relaciones surjan del amor sincero y que frenar tales sentimientos no es un asunto de voluntad. Debe quedar claro que una relación de adultos con menores es inadmisible, y de ninguna manera pueden justificarse con la presencia de supuesto amor. Incluso entre adultos, cuando hay un escenario de profesor y alumnos como ocurre en las universidades, tampoco deben admitirse relaciones sentimentales. Frente a ello los directivos de los centros de educación superior deben fijar normas claras que cierren cualquier posibilidad de vínculo sentimental en un medio en el que el profesor tiene una posición de dominio de la que no se puede abusar.
En todos estos casos, además, puede configurarse acoso o abuso sexual en un momento dado, lo que incluso podría llevar a castigos con pena de prisión de uno a tres años, de acuerdo con el Código Penal. Aunque haya, supuestamente, consentimiento de la menor o del menor para dicha relación, el hecho de involucrar menores actúa como un agravante del delito que podría llevar a sanciones más drásticas. Es una lástima que pueda llegarse a esto, cuando un maestro debería ganarse el respeto de los estudiantes precisamente por su integridad, por ser un ejemplo de buen comportamiento y por ser un referente de vida recta.
