El ataque con drones estadounidenses que terminó con la muerte del general iraní Qasem Soleimani, considerado un héroe nacional en ese país del Medio Oriente, viene generando consecuencias que podrían complicar gravemente la paz del mundo. La determinación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece solo tener el objetivo de desviar la atención hacia un conflicto que podría poner en grave riesgo no solo a ese país norteamericano, sino a todo Occidente. Los únicos que celebran el resultado intempestivo de la operación militar son Israel y Arabia Saudita, que son los peores enemigos de Irán, país al que acusan de promover el terrorismo.
Puede ser cierto que Irán, con su intimidante plan nuclear, tenga como objetivo mantener a Occidente bajo presión y posicionarse como una gran amenaza a la que habría que tratar con consideración y guantes de seda, en una clara intención manipuladora que pretendería obtener beneficios e incluso luz verde a un plan nuclear supuestamente alejado de propósitos bélicos. Sin embargo, es una gran torpeza e irresponsabilidad echar fuego a la hoguera como en esta ocasión. La acción fanática de los admiradores de Soleimani, que podría llegar a todo tipo de actos terroristas, quedó en evidencia con la estampida durante sus funerales, en la que murieron cerca de 60 personas.
Resulta contradictorio que, a diferencia de lo prometido por Trump, en el sentido de sacar tropas del Medio Oriente y apartarse de esos conflictos, se meta ahora en un problema mayor que exigirá fortalecer la presencia estadounidense en ese lugar del mundo. El alcance de la reacción iraní que promete venganza ante la muerte de su máximo líder militar es incierto, pues hay mucha rabia acumulada debido a las duras sanciones económicas que ha sufrido ese país, así como la reversa que el mandatario estadounidense le dio al tratado nuclear que el expresidente Barack Obama había alcanzado con los líderes de Irán, con el acompañamiento de la Unión Europea.
Es llamativo que Trump haya tomado un camino tan riesgoso, cuando no se veía una necesidad apremiante de dar un golpe tan duro a Irán, si lo que realmente quiere es que se sienten a pactar un nuevo acuerdo nuclear que sea mejor que el anterior. Esa imprudencia podría tener solo el objetivo de provocar la reacción violenta de un enemigo que llevaría a gran parte del pueblo estadounidense a profundizar su temor a migrantes de esa zona del planeta e incluso a alimentar sentimientos xenófobos, lo que al final beneficiaría los objetivos reeleccionistas del actual huésped de la Casa Blanca, quien está a escasos 10 meses de volver a ser contado en las urnas.
De nuevo el instinto impulsivo de Trump, que no mide consecuencias, se juega unas cartas riesgosas que ojalá no pasen a mayores. Este hecho debería llevar a los estadounidenses a pensar en un mandatario más sensato y menos emocional, que no ponga al mundo en aprietos como el actual. Apenas está comenzando una crisis que podría profundizarse y dejar muchos perdedores en el camino, empezando porque lo que ha ocurrido tendrá consecuencias en los precios del petróleo. Este aumento de presión no servirá, seguramente, para obligar a Irán a sentarse a negociar un nuevo tratado, sino que hará que la obstinación se incremente y que la posibilidad de una escalada de guerra se concrete.
Ya vimos la reacción con misiles en contra de bases iraquíes en las que hay tropas estadounidenses, por lo que no es preciso afirmar como lo hace Trump que no hay nada de qué preocuparse. El mundo debe estar atento de lo que allí ocurra y ojalá mediar para que haya una salida pacífica que cierre las posibilidades de una guerra que solo convendría a quien pretende mostrarse como salvador, pensando solo en su propio beneficio.
