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La mejor protección a la libertad de prensa es la independencia económica de los medios de comunicación, y esa independencia se logra cuando se brinda información de calidad que se traduce en credibilidad de lectores y anunciantes. Ese es un círculo virtuoso, pieza clave y base sólida de la democracia, la cual funciona mejor cuando se respetan las libertades y hay espacio para el debate argumentado, la crítica con fundamento y la pluralidad de voces.

Hay muchos en nuestras sociedades que, infortunadamente, desde distintas trincheras, quisieran evitar que las libertades de prensa, de expresión, de deliberación tengan cabida. Inclusive hay quienes señalan al mensajero como el enemigo, al que hay que mancillar y perseguir, mientras sacan provecho personal de su arrogancia. Son los que actúan a su antojo sin tener en cuenta los derechos colectivos y buscan evitar la denuncia de sus abusos.

La libertad de prensa, que celebra hoy su día mundial, es un derecho humano fundamental que debería ser defendido por todos. No solo es la defensa de la libertad individual, sino el respeto por la libertad del otro, y más que nada el derecho a obtener información veraz, verificable, profunda y que esté orientada a mejorar la calidad de vida general. Por eso instituciones y ciudadanos deberían luchar para que se garantice la existencia del periodismo de calidad, el que trabaja por el bienestar de todos.

Sin embargo, a los ojos de todo el mundo y sin mucha solidaridad, cada día observamos los ataques directos contra la libertad de prensa, comenzando por las acciones y palabras de gobernantes e individuos poderosos que ven a los periodistas como estorbo a sus mezquinos objetivos. Casos infortunados como el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ataca la prensa independiente y quisiera aniquilarla; o como el venezolano Nicolás Maduro, que bajo el escudo de la pandemia de covid-19 pretende silenciar las críticas de periodistas, ilustran solo parte de esa creciente amenaza a la libertad de prensa. Esos también son los amantes de las noticias falsas, otra gran pandemia de hoy.

En estos momentos de emergencia sanitaria, cuando las medidas para contener la expansión del coronavirus derivan en crisis económica, los medios sufren las consecuencias de manera directa, con un descenso vertiginoso de la pauta y limitaciones en los canales de distribución, particularmente de los periódicos. Si desde la política y desde ámbitos judiciales se ataca permanentemente a los periodistas que hacen bien su trabajo, en la actualidad la independencia económica de los medios se pone contra la pared.

En la sociedad de hoy un gran valor es poder tomar decisiones informadas, fundamentadas en noticias y análisis verificados, científicos y basados en la realidad, como lo manifiesta la ONU, que orienten a la sociedad hacia la comprensión de los complejos fenómenos de la vida contemporánea. Cuando los periodistas son perseguidos por prestar este servicio, sea por el Estado, por poderes ocultos o mafias y grupos violentos, la sociedad se queda desprotegida y a merced de sus enemigos.