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Son incontables las fosas comunes que se encuentran en nuestro país y, de acuerdo con la presunción de la Justicia Especial para la Paz (JEP), las hay de todos los tamaños. El horror que esto significa es en buena parte por cuenta del conflicto armado, que se degradó tanto que provocó miles de muertes indiscriminadas. La tarea más difícil, aparte de hallar los restos, es saber las causas de esas muertes, porque en un país en guerra las razones parecen ser de todo tipo, desde los combatientes caídos en enfrentamientos hasta los de víctimas de ejecuciones o de purgas internas, entre otras posibles razones.
El proceso de paz con las Farc, y antes el de Justicia y Paz con los paramilitares, permite que muchos testigos de las crueldades de la guerra alleguen sus testimonios y permitan encontrar esa verdad tan esquiva. Es tiempo de pasar a la búsqueda de esos cuerpos y debe ser una obligación moral del Estado con las víctimas encontrar los restos de sus seres queridos hasta ahora tenidos como desaparecidos. Devolverles la tranquilidad a las familias requiere de un trabajo arduo y técnico que no deje dudas, como se ha hecho hasta ahora, pero que cada día requiere de más personal dedicado a exhumar técnicamente.
No debemos olvidar que el proceso de paz se puso como meta poner como eje principal a las víctimas. Responderles a sus expectativas es imprescindible. Así mismo se propuso esclarecer la verdad. Hace pocos días Ángela Merkel dijo en un campo de concentración alemán que ese tipo de crueles escenarios deben ser parte de la identidad alemana, para que todas las generaciones se den cuenta de la barbarie a la que se llegó. Para eso es necesaria la memoria, que tanto critican algunos. Si no somos conscientes de nuestra propia barbarie en Colombia, que aún ocurre en muchas regiones, no vamos a superarlo y, sobre todo, lo más importante, a no repetirlo. El Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) denunció por lo menos 16 zonas en donde se encuentran cuerpos que deben ser protegidos. De estas, cuatro están en Caldas. Es necesario atender esta preocupación y verificar por la verdad.
Enterrar a los muertos como es debido forma parte de nuestra idiosincrasia. Cómo no pensar en Antígona que se enfrentó a la autoridad de Creonte en busca de enterrar a su hermano Polinices e impedir que su cuerpo se corrompiera a la luz de todos y por cuenta de los buitres y las alimañas. Esa mujer muestra el dolor de quien no puede dar la sepultura debida a los suyos y es ese mito el que refleja el dolor de la familia que no saben de esos seres por los que derraman lágrimas y a los que quiere en algún momento darles la despedida debida. No saber de lo que pasó con ellos y tenerlos como desaparecidos es un acto moralmente condenable. A esto se suma una demanda de la verdad, de entender qué pasó y por qué pasó, de dónde tanta crueldad.

Las Farc y el Eln también desaparecieron a unas cinco mil personas, por lo menos. Es necesario que cuenten en dónde están sus muertos en combate, por ejemplo, o los cuerpos de los secuestrados que murieron a sus manos. Por supuesto, también es necesaria la confesión de los militares que cometieron excesos y se salieron de la ley para cometer crímenes. Solo sobre el hallazgo de nuestros muertos podemos empezar a construir una nación más cerca de la reconciliación como sociedad.