La política, en una democracia, debe caracterizarse por el debate profundo y pacífico de las ideas, y en donde un pueblo informado elija a sus mejores hombres y mujeres para que lideren el avance de la sociedad. Así, la naturaleza de unas elecciones como las que se avecinan debería ser una jornada de controversias basadas en argumentos y de manifestación popular reflexionada y sensata. Infortunadamente, nuestra política se ha caracterizado por la violencia, la ofensa, la trampa y, en general, el todo vale.
Eso lleva a que se hagan necesarias herramientas de control como la firma de un Pacto por la cultura política y la no violencia en la campaña electoral, respaldado por 12 partidos el pasado lunes. Representantes de la Alianza Democrática Afrocolombiana (ADA), Alianza Verde, Cambio Radical, Centro Democrático, Colombia Justa Libres, Partido Conservador, Farc, Mira, Liberal, Polo, la U y la Unión Patriótica coincidieron en el compromiso de llevar a cabo una confrontación respetuosa, en la que se refleje madurez política.
Está muy bien que el presidente Iván Duque apoye la iniciativa del Comité del Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia y la Misión de Observación Electoral (MOE), que lideran esta iniciativa, y que tal acto se haya concretado en la Casa de Nariño. De Duque se espera, como líder nacional, que actúe para derrotar las polarizaciones y no para alimentarlas. En ese sentido hay que valorar su gesto de estrechar la mano del líder del partido Farc Rodrigo Londoño, Timochenko, lo cual envía un mensaje de reconciliación que el país necesita. Quienes dejaron las armas para participar en política y vienen cumpliendo cabalmente su compromiso, deben recibir del Estado, como respuesta, su acogida y respeto, y lograr su inserción total en la democracia.
Ese compromiso de tener elecciones tranquilas y en paz debe ser asumido por toda la sociedad. Los partidos deben dar ejemplo y demostrar con actos concretos, sin demagogia, que en realidad les interesa que Colombia construya un mejor futuro alejado de la violencia, superando de manera definitiva las rencillas inútiles que han causado dolor por décadas. Ningún sector político debería poner más palos a la rueda de la paz, y avanzar lo más rápido posible en la implementación de los acuerdos de La Habana. No hacerlo es seguir apostando a que la violencia permanezca inmersa en nuestra cotidianidad.
El interés general de Colombia debe estar en primer plano, no solo en este pacto ad portas de unas elecciones regionales que cada día encienden más sus debates, sino en cada acto de los líderes del país, quienes son los que transmiten al resto de la sociedad sus prioridades. Por esto, este es un pacto para respetar, no para transgredirlo e ignorarlo, como ha ocurrido en otros momentos con iniciativas similares. Si bien las ideas deben discutirse con vehemencia y en defensa de posiciones claras, la única fuerza que debe usarse para llegar a los electores debe ser la de los argumentos. Si se permiten la propaganda negra, las noticias falsas, las agresiones verbales que podrían llevar a ataques físicos, no solo se estaría burlando el pacto, sino repitiendo la historia a la que aspiramos superar.
Es fundamental partir de principios tan claros como los del respeto a la diferencia, privilegiar el diálogo a los insultos, rechazar cualquier acto antidemocrático y defender los derechos políticos de los ciudadanos. No podemos ser indiferentes a las amenazas contra quienes expongan ideas distintas a las propias, sino defender la democracia como espacio de convivencia de todos los pensamientos e ideas. Debe entenderse que el pluralismo es un valor y no un defecto de la democracia.
