Demasiadas expectativas fijó el mundo en la cumbre de Hanói, en la que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, buscarían avanzar en la desnuclearización del país asiático. La buena química que aparentaron tener los dos líderes no fue suficiente para que se llegaran a acuerdos concretos que permitieran desactivar las tensiones de cerca de 70 años entre los dos países. Incluso la guerra entre las dos Coreas no ha terminado de manera oficial después de tantas décadas.
De acuerdo con lo dicho por el mandatario estadounidense, Kim Jong-un pretendía que se levantaran todas las sanciones que se le han aplicado a su país a cambio de poner fin solo a una parte de su proyecto nuclear. Hay que recordar que en junio del 2018 los dos líderes tuvieron un primer encuentro en Singapur que sirvió para romper el hielo, después de una andanada de mutuos insultos y provocaciones que llevaron a pensar que en cualquier momento podría encenderse un nuevo conflicto bélico en el Pacífico norte. Tras esa reunión se habló de las buenas intenciones de lograr un cierre del proyecto nuclear de Corea del Norte, pero hoy vemos la realidad de posiciones tozudas que no avanzan.
Del encuentro de Hanói, terminado de manera abrupta, no quedó tan siquiera una hoja de ruta y son pocas las posibilidades de que haya un nuevo encuentro. Si hay que definir perdedores y ganadores, Trump fue sin duda quien más abatido salió, porque su estilo negociador fracasó, mientras que el líder de Corea del Norte sigue firme en su idea, que ha sido la de sus antecesores desde mediados del siglo pasado, de mantener sus armas atómicas, que sirvan como escudo y como herramienta para igualarse con las grandes potencias. Todo estaba montado para un show que pusiera a Trump como el gran héroe de la película, pero lo cierto es que se retornó a un punto muerto, así la delegación norteamericana diga que sí hubo avances.
Una vez más se demuestra que las negociaciones entre enemigos históricos implican ceder de lado y lado, y no solo tratar de someter al otro al querer de una de las partes. Siempre hay que ofrecer algo a cambio. Desde luego que es inaceptable que se pretenda mantener abierta una planta nuclear, y el gran objetivo de Occidente debe ser que los norcoreanos acaben con esa amenaza, pero hay que entender que ellos solo lo aceptarán si a cambio obtienen beneficios económicos. Además, el hecho de que el mismo líder que desconoce los tratados de desarme mundial sea el que pretenda quitarles su proyecto nuclear no suena coherente, y en esa medida las prevenciones son muchas. Las verdaderas posibilidades de éxito en este caso, siendo realistas, eran más bien remotas.
El fiasco de la cumbre de Vietnam ocurre de manera casi simultánea a otro duro golpe para Trump en el ámbito doméstico, donde su exabogado Michael Cohen ofreció esta semana un dramático testimonio ante el Comité Judicial del Congreso de los Estados Unidos, en el que el mandatario queda comprometido con problemas legales, incluso de alcance penal. Cada vez parece más claro que el actual huésped de la Casa Blanca participó en una conspiración para afectar la elección presidencial del 2016, en la que obtuvo el triunfo sobre la demócrata Hillary Clinton.
