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Si los hombres son los que más mueren en las guerras, obviamente por estar generalmente en el frente de batalla, son las mujeres las que de manera más grave sufren las consecuencias de esos absurdos conflictos. No solo quedan viudas o viven el dolor de despedir a hijos que nunca más verán, sino que padecen la tragedia de las violaciones y toda clase de abusos que las convierten en botín de las confrontaciones.
Solo en Caldas, de acuerdo con el informe al Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, revelado recientemente, hay 75 mil 128 denuncias de toda clase de vejámenes a las mujeres en el conflicto. En el país serían 4 millones 268 mil 50 las mujeres afectadas (hasta el 1 de noviembre del año pasado), un altísimo porcentaje para el total de la población colombiana, y que evidencia una nefasta situación que nos toca a todos de cerca, así no le demos la importancia que debería.
Es sobrecogedor escuchar los testimonios de tantas mujeres que, como Adelaida, de 67 años, que afirma que la violencia la ha acompañado durante toda su vida y de diferentes formas; o de María Lucía, quien, con apenas 9 años de edad, ya sabe todo lo que es sufrir por el reclutamiento forzado de sus hermanos en las filas de los grupos armados ilegales y por las amenazas de muerte a su mamá por ser líder de mujeres desplazadas.
Es indignante saber que muchos autores de estos crímenes horrendos los niegan o simplemente los consideran insignificantes y hasta absurdos. Eso muestra la estrechez que han tenido en la visión de lo que es la vida y el respeto que se le debe a todo ser humano. Ojalá que en algún momento se pusieran en el mismo lugar de las víctimas y entender el dolor que causaron y siguen causando, y entraran en una etapa real de arrepentimiento. Todos debemos entender que se necesita llegar a las verdades de lo ocurrido y así bloquear para siempre ese tipo de hechos.
Por lo pronto, se necesita que las mujeres sigan dejando atrás su silencio y denuncien claramente por lo que han pasado, y que en esa misma actitud sigan luchando por el respeto de su dignidad y sus derechos. También se necesita que, como sociedad, dejemos atrás el machismo que tan profundo ha penetrado en nuestra cultura, con el que se trata de justificar conductas totalmente reprobables. Los unos por querer imponer la fuerza como derecho y las otras por aceptar y hasta fomentar la agresividad masculina.

Los investigadores que acompañaron el informe dieron cuenta de situaciones a todas luces anómalas, pero normalizadas en diversos ámbitos. El hecho de que en algunos resguardos indígenas ser mujer o adolescente sea sinónimo de persona utilizada por los actores armados, sobre todo por la fuerza pública para vincularlas al conflicto, es preocupante. Detrás de eso se violenta su cuerpo, muchas jóvenes quedan embarazadas y luego son abandonadas con sus bebés. Se vuelve todo eso un círculo vicioso que nunca acaba y se transmite a las nuevas generaciones. Eso es lo que debemos dejar atrás.