Boris Johnson, quien fue uno de los promotores del brexit en el 2016 y que utilizó argumentos mentirosos para causar pánico y llevar a los ingleses a las urnas a votar por la separación del Reino Unido de la Unión Europea (UE), es desde hace una semana el nuevo primer ministro, en reemplazo de Theresa May. Llegó allí con una mayoría mínima en el parlamento, que en cualquier momento podría cambiar. Sin reparar en las posibles consecuencias de sus determinaciones, ahora Johnson se propone manejar la estrategia de poner a funcionar el brexit a las malas, sin acuerdo si es necesario; un divorcio sin saldar cuentas.
El primer ministro británico está empeñado en que a finales de octubre se concrete la salida definitiva de su país, anuncio que a comienzos de esta semana provocó turbulencias en los mercados bursátiles de todo el mundo, tanto que el martes pasado la libra esterlina cayó a su nivel más bajo desde octubre del 2016. El líder conservador ha sido confrontado así con la realidad, pero son pocas las probabilidades de que cambie su actitud intransigente, con la que pareciera querer arrinconar a la UE y llevarla a cumplir con su capricho de renegociar el brexit bajo los términos de su gobierno, entre los que exige que la frontera con Irlanda esté libre de cualquier injerencia europea. Lo complejo es que son los propios irlandeses los que no quieren irse de la UE.
Su propuesta de brexit duro, de acuerdo con analistas, podría hacer que la tendencia de la libra que se observó desde la posesión de Johnson se profundice y termine irradiando su mala influencia al resto del mundo. Su empeño en presionar con la frontera irlandesa para tratar de llevar a los europeos a la mesa, podría terminar cerrando toda clase de posibilidades de entendimiento, pese a que la UE se ha mostrado abierta a lograr un acuerdo con Johnson, obviamente acorde con lo que se había pactado con May.
La tozuda actitud del primer ministro ha resucitado el fantasma de las separaciones, como ya se percibe en Escocia, donde se comienza a hablar de un referendo independentista, que podría conducir a que haya una atomización del Reino Unido. De hecho, distintos líderes de las naciones que componen ese país han manifestado lo catastrófico que podría resultar para sus economías un brexit salvaje, como lo llaman. Además, la pretensión de Johnson de aplicar en Irlanda un gobierno directo ante la ausencia de acuerdo político para formar gobierno, podría hacer que las diferencias sean mayores.
Así las cosas, a partir de noviembre el efecto inmediato serían nuevos aranceles, barreras comerciales y controles al movimiento de mercancías y de personas desde y hacia Europa, y la salida del Reino Unido de instituciones como la Corte Europea de Justicia y la Europol, entre otras. El escenario de la salida sin acuerdo es la peor alternativa para todos, ya que tendría repercusiones en la economía del bloque europeo, al ser el Reino Unido un jugador del primer orden, pero el golpe de dominó traspasaría las fronteras del Viejo Continente para afectar todos los mercados internacionales, con consecuencias insospechadas.
Es preocupante que el populismo que encarna líderes como Johnson esté ganando espacios, y llevando a las sociedades a polarizaciones peligrosas que las pueden arrastrar a conflictos más serios y profundos. El cambio intempestivo en las reglas de juego que se tendrá generará grandes desconfianzas en las empresas con efectos que terminarán perjudicando inicialmente a las minorías y emigrantes que hay en ese país, pero que pronto afectará a toda la sociedad y llevará a caos.
