Los costos de tener una guerra son inmensos. No solo los económicos, que son muchísimos, sino sobre todo los de perder vidas valiosas sin justificación alguna, todo lo que necesita una sociedad para superar temores y volver a tener el coraje de seguir adelante en forma positiva, los costos de que los niños y jóvenes en lugar de crecer para aportar al desarrollo lo hagan en medio de conflictos emocionales, que a veces los llevan a desviarse y convertirse en nuevos generadores de violencia. Siempre será provechoso para las comunidades poder vivir en paz, y proteger esa convivencia pacífica como un tesoro.
El conflicto armado que sufrimos en Caldas en años pasados, cuando el Frente 47 de las Farc y los grupos paramilitares se movían libremente por amplias zonas de nuestro territorio, sobre todo en el oriente y norte de Caldas, alcanzó costos descomunales de los que pese a llevar cerca de una década de relativa tranquilidad, todavía no nos recuperamos. En un informe que se publica hoy en LA PATRIA se muestra lo cara que nos salieron las Farc, lo que evidencia la enorme ganancia que representa que hoy sus miembros estén desmovilizados y desarmados. De ahí la gran responsabilidad, como sociedad, de lograr que sus nuevos proyectos de vida aporten positivamente a Colombia.
Debemos recordar que el famoso Frente 47 se financiaba de múltiples formas: secuestros, extorsiones, minería ilegal, cultivos ilícitos. Las tomas, masacres y hostigamientos servían para intimidar, forzar pagos y obligar a muchos campesinos a destinar sus tierras a la coca. En un lamentable resumen del terror de aquella época, hoy se sabe que el conflicto armado nos dejó en Caldas 22.731 homicidios, 704 secuestros, 7.532 amenazas, 405 despojos de tierra y 133 casos de tortura entre 1993 y 2018, de acuerdo con cifras oficiales. Las Farc se movían a sus anchas al punto de montar tiendas y discotecas, cuyos ingresos los usaban para el mantenimiento de las tropas.
Sin embargo, cada frente guerrillero manejaba grandes sumas de dinero. Según el informe fuentes y mecanismos de financiación de las Farc, hecho por la Fiscalía y entregado a la Justicia Especial de Paz (JEP), las Farc llegaron a acumular recursos por no menos de $11,39 billones. Los cabecillas del Frente 47 no tenían menos de $500 millones a su disposición para lanzar ataques como el del corregimiento de Arboleda (Pensilvania), que es solo una muestra de cómo se usaban esos dineros.
Alrededor de la guerra hay, desde luego, economías que se benefician, como la del mercado de las armas y las municiones, cuyos traficantes y vendedores autorizados gozaron una luna de miel mientras los colombianos nos matábamos. Entre tanto, sectores productivos locales terminaron sin posibilidades de sobrevivir en un entorno hostil, en el que todos los esfuerzos se desviaban a sostener obligados, en buena medida, a los actores de la guerra. Los narcotraficantes, desde luego, fueron los grandes beneficiados, ya que no solo exportaban la producción después de procesarla en laboratorios, sino que con las Farc participaban en la siembra de la materia prima.
Hoy ese mismo esquema se mantiene en otras zonas de Colombia, donde todavía no se hace lo suficiente para romper la cadena y afectar sus finanzas. Por fortuna en Caldas ya se cumplen cinco años de ser declarado territorio libre de cultivos ilícitos, por lo que la ONU hará un reconocimiento especial al departamento la próxima semana, pero los riesgos de que aparezcan nuevos grupos ilegales en la región para causar pánico en su beneficio, siguen vivos. Hay que blindar a Caldas frente a nuevos conflictos, y hay que invertir lo necesario, pues ya sabemos lo cara que sale la guerra.
