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Los países de Occidente celebramos hoy el nacimiento de Jesús, como redentor de las grandes faltas cometidas por los hombres. Las fiestas de la Navidad son, justamente, para mostrar la alegría que significa contar con su apoyo y compañía sobre todo en los momentos más difíciles. Eso lleva a que las familias, las empresas, los amigos y vecinos se conviertan en esos espontáneos acompañantes de novenas y ocasiones para el estrechón de manos y abrazos, así como para compartir viandas especiales y sonrisas. La llamada Nochebuena invita a la unión, a la generosidad, a la solidaridad, a la reconciliación y a la paz.

Se aproxima el fin del 2018 y se acerca raudo el 2019, el último año de la segunda década del siglo XXI, un tiempo que ha resultado convulso e inquietante, pero también esperanzador en variados aspectos. Para que tal ilusión de tener un mundo mejor se concrete lo deseable es que los sentimientos de cariño y comprensión hacia nuestros semejantes se proyecten en el tiempo y no se queden anclados solo en estas fechas. Ojalá fuéramos capaces de echar a un lado los odios, los rencores, los resentimientos y todo aquello que le pueda hacer daño a la humanidad. Si queremos paz en el mundo, si queremos paz en Colombia, tendremos que empezar por lograr la paz en cada uno de nosotros.

Vemos que en diferentes lugares del planeta han surgido líderes que con consignas extremas, con mensajes de intolerancia, de xenofobia, de prepotencia comandan los destinos de importantes regiones del mundo, y eso es preocupante. Vemos en América Latina personajes que se vendieron como salvadores para sus pueblos y son hoy sus peores opresores, sus peores enemigos. Vemos en Colombia tensiones entre quienes quieren cumplir con los acuerdos de paz y quienes siguen pensando que las soluciones bélicas son las mejores. Este tiempo de Navidad es propicio, por esto, para seguir pensando que si bien es más difícil hacer la paz que la guerra, tenemos como sociedad, como humanidad, el reto de luchar para que los extremistas comprendan que sus planes no son útiles ni siquiera para ellos.

Hay quienes han hecho de la violencia su forma de vida, e incluso quienes aspiran a lograr sus objetivos por medio de ella, como es el caso del gobierno venezolano liderado por Nicolás Maduro, que llega a estas épocas lanzando ofensas y amenazando con guerras. Frente a ese tipo de gobernantes hay que hacer votos para que el espíritu navideño toque sus corazones y entiendan que sus vidas solo serán útiles y bien recordadas si en lugar de pensar en guerras trabajan por el bienestar de sus pueblos y la buena convivencia con el mundo. Que así como no se deben construir muros para rechazar inmigrantes, tampoco es correcto expulsar delegaciones de la comunidad internacional que trabajan por la justicia.

Pese a los episodios diarios que van en contravía del respeto por la dignidad humana, la justicia y la sana convivencia, o precisamente porque hay fuertes amenazas para el ser humano, es que hay que cargarse de fuerza en estos tiempos para seguir manteniendo viva la esperanza. Hay que recordar las palabras del papa Francisco en su visita a Colombia el año pasado, donde nos pidió no dejarnos ganar por la cizaña y no dejarnos robar la esperanza. Eso aplica para todos como civilización: ni la política, ni la religión, ni ningún otro capricho de poder puede ser argumento para derramar sangre inocente, para privilegiar las confrontaciones sobre la búsqueda de salidas pacíficas a los conflictos.

 

La invitación es a cambiar, a aplicar todo aquello que repetimos en la Novena de Aguinaldos, buscando dejar atrás todos lo malo y construir una espiritualidad más férrea, orientada hacia los actos positivos, generosos, alejados de las vanidades y los orgullos dañinos.