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Cuando terminaba el gobierno del demócrata Barack Obama en los Estados Unidos, en 2016, parecía que estaba conjurado el riesgo de que Irán pudiera desarrollar armas atómicas, gracias al acuerdo del 14 de julio del 2015, refrendado además por Rusia, China, Francia, Alemania y Reino Unido. Para ese entonces había 10.200 centrifugadoras activas en el país asiático y el compromiso fue que al finalizar el primer semestre del 2016 se rebajarían a la mitad, y como respuesta comenzaría el desmonte de las sanciones económicas. Todo iba bien hasta ese momento, pero con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca las cosas cambiaron.
Aunque según lo planteado en el acuerdo, en el 2040 se acabarían las inspecciones adicionales de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), al tenerse la certeza de que el programa nuclear iraní estaría desmontado, el actual presidente consideró que lo pactado era "inservible". Así las cosas, el 8 de mayo del año pasado los Estados Unidos anunciaron el retiro del acuerdo y las sanciones económicas fueron restablecidas. Pese a los ruegos de la Unión Europea y demás potencias para que Trump recapacitara, la respuesta fue siempre la misma.
En mayo pasado la tensión comenzó a incrementarse con la suspensión que hizo Irán a los límites de sus reservas de agua pesada y de uranio enriquecido, pero fue el pasado 1 de julio cuando la situación alcanzó niveles peligrosos: el país asiático superó el umbral previsto de almacenamiento de uranio enriquecido de 300 kilogramos y amenazó con destruir en media hora a Israel, principal aliado de Estados Unidos en la región, si recibía alguna agresión. La semana pasada un dron estadounidense fue derribado en el estrecho de Ormuz, y tras una serie de insultos de lado y lado y de abortar un ataque de represalia, Trump advirtió que los iraníes juegan con fuego.
Es lamentable que hoy el mundo esté al borde de un conflicto de insospechadas consecuencias por la terquedad de un líder que en lugar de respetar acuerdos multilaterales, que se venían cumpliendo, tomó el camino unilateral de echar reversa a lo pactado. También hay que deplorar la actitud iraní de acelerar su carrera armamentista y lanzar amenazas que podrían encender todo el Medio Oriente o hasta ocasionar un conflicto bélico de más alta escala. Hoy, no solo está en riesgo la seguridad de los Estados Unidos, sino que esa insensata tensión pone a todo el mundo en vilo, lo que es producto únicamente de la irresponsabilidad.
Si el acuerdo del 2015 era débil o poco ambicioso, en lugar de echarlo por la borda y generar la zozobra en que estamos, tal vez el camino acertado hubiera sido lograr que las potencias aliadas acompañaran a los Estados Unidos para exigirle a Irán nuevas negociaciones, y así poder profundizar los compromisos y cumplirlos en plazos más cortos. Sin embargo, lo que ocurre actualmente parece solo tener el objetivo de mostrar una actitud envalentonada que tenga futuros efectos electorales.

Un espacio diplomático para el diálogo sería la vía correcta, pero el camino preferido es el de llevar las cosas a los extremos. Con ello todos los involucrados hacen apuestas peligrosas, mientras el resto de la humanidad solo puede ser espectadora de una pelea que no sabemos a dónde puede llevarnos. Esperamos que regrese la cordura y que pueda llegarse a un nuevo encuentro que garantice la paz en el Medio Oriente, que es sin duda la región más inestable del mundo.