A la medianoche de hoy, de acuerdo con la tradición católica, celebraremos el nacimiento del niño Jesús en un humilde pesebre, lo cual significó la llegada al mundo, hace cerca de 2.050 años, del hombre que dio comienzo a una doctrina religiosa basada en el perdón y en el amor al prójimo. Por eso, las expresiones de alegría, los abrazos, los regalos y las distintas formas de cariño que cada 24 de diciembre compartimos con familiares y amigos. Esta es una fecha que invita a la solidaridad, la reconciliación y la generosidad.
Si bien hoy celebramos esta fecha específica, el sentido de la convivencia fraterna a la que estamos llamados debería ser el comportamiento cotidiano de todos, lejos de negativos sentimientos de odio, rencor, resentimiento y demás emociones que afectan a otros y hasta a nosotros mismos. Estamos terminando, así mismo, la segunda década del siglo XXI, la cual nos arroja un balance agridulce en términos de paz entre los hombres y de paz de los hombres con el universo, al punto de que son numerosos los desafíos que tenemos como humanidad para lograr una mayor armonía entre todas las personas, sin importar clases, etnias, culturas, ideologías, sexualidad o religión. La dignidad humana está por encima de estas otras pequeñas cosas.
También está pendiente la tarea fundamental de restablecer el orden en la relación de los seres humanos con la naturaleza, asumiendo en serio la lucha contra el cambio climático y adoptando compromisos más sólidos para entregar a las nuevas generaciones un planeta limpio de las impurezas que nos hemos dedicado a generar, al pensar solo con criterios cortoplacistas alrededor de un desarrollo que, en buena medida, se ha alejado de la misión fundamental de tener una humanidad en armonía y cercana a la felicidad, con un futuro más positivo para todos.
De manera concreta, en Colombia, hay muchas situaciones frente a las cuales hay que reflexionar en este sentido, ya que pese a que en los años recientes hemos querido avanzar hacia una convivencia alejada de la violencia, y en la búsqueda de construir bases más fuertes para el respeto por los otros, por quienes piensan de manera diferente, por quienes se salen del molde de lo que se considera correcto, persistimos con los comportamientos que discriminan, que siembran odios irracionales, que llaman a la intolerancia y al no entendimiento. El significado profundo de la Navidad debería conducirnos a tener una mayor apertura y a superar egoísmos, lo que implica evitar xenofobias y extremismos.
Concluye hoy la novena de aguinaldos, con la que recreamos la esperanza y las angustias de María y José en su viaje hacia Belén, ejemplo que nos debería servir para construir una férrea espiritualidad que nos conduzca como personas, familias y a la sociedad, en general, a actuar con la plena conciencia de que cada una de nuestras acciones tiene repercusiones para nuestros semejantes y para nuestro propio bienestar, y que la huella que dejemos debe ser para crecer y para ser cada día mejores; no para destruir o poner obstáculos a otros por el mero hecho de no compartir nuestras formas de ver el mundo.
Es un asunto simple: ni la política, ni la religión, ninguna obsesión de poder puede ser argumento para derramar sangre, cuando tenemos el deber ético de resolver nuestras diferencias de manera armoniosa, cordial, con la firme esperanza de ser cada vez mejores personas, verdaderos seres humanos.
