No han sido fáciles los primeros ocho meses para el presidente Iván Duque, quien se alejó rápidamente de la luna de miel con sus electores y cada día que pasa ve cómo se incrementan y fortalecen los opositores a su gobierno. Lo más reciente fue el anuncio de Cambio Radical en el sentido de que votará negativamente las objeciones a la Ley estatutaria de la Justicia Especial para la Paz (JEP). Antes fueron los liberales los que se enfrentaron abiertamente por el mismo tema con el Centro Democrático a través de vallas que controvierten lo expresado por el partido de gobierno.
Como si fuera poco, en la misma colectividad uribista se profundizan las diferencias entre sectores que se pueden llamar "duquistas" y los más ortodoxos "pura sangre" de la colectividad, que critican, por ejemplo, que el mandatario no se haya decidido por disolver la minga indígena con un fuerte operativo de la Fuerza Pública. Así las cosas, da la impresión de que cada vez se queda más solo el presidente Duque, pese a que después de haber caído a finales del año pasado en los peores niveles de favorabilidad de un Jefe de Estado en su arranque de gobierno, optó por tomar decisiones más afines con el endurecimiento frente a los acuerdos de paz y con Venezuela, lo que temporalmente le dio resultado.
Hoy el mandatario afronta innegables problemas de gobernabililidad, y de manera innecesaria él mismo se pone trabas, como las objeciones a la JEP, que terminaron siendo un torpedo en contra de un trámite más expedito del Plan Nacional de Desarrollo (PND), proyecto que estuvo a punto de hundirse en primer debate y que ahora se señala como responsable de que el Gobierno haya roto su compromiso de no sucumbir a la mermelada para tratar de obtener respaldos en el Legislativo. De comprobarse que la palabra empeñada en ese sentido es un engaño, Duque se verá expuesto a nuevas desconfianzas que podrían entorpecer aún más su gestión. Una crisis de gabinete en estos momentos, por ejemplo, arrojaría resultados contradictorios.
La realidad hoy es que hay un país incluso más polarizado que en épocas del expresidente Juan Manuel Santos, quien por lo menos logró tener mayorías en el Congreso casi hasta el fin de su mandato, lo que permitió que sus proyectos fundamentales se aprobaran. Hoy, Duque tiene inmensas dificultades para garantizar mayorías, y al no lograrlo se percibe un ambiente creciente en contra de su gestión; lo paradójico es que con sus decisiones le ha dado oxígeno a sectores que se creían abatidos políticamente, como el santismo, que ahora tiene su partido Colombia Renaciente.
Tampoco ayuda al mandatario que preste más atención a Venezuela que al suroccidente del país, ni que el senador Álvaro Uribe actúe como si fuera parte del Ejecutivo, lo que da argumentos a quienes dicen que gobierna el expresidente y no él. También hay que considerar el oportunismo de sectores de izquierda que ante las ambigüedades de Duque sacan partido de la protesta social y anuncian más movilizaciones para afectar su precaria gobernabilidad.
Esperamos que el mandatario reaccione y ejerza un liderazgo que no deje dudas acerca de que podrá sacar adelante el país y avanzar hacia el crecimiento que todos esperamos. Lo peor que nos puede pasar a los colombianos es que el timonel no se perciba como quien comanda la nave y no logre demostrar la pericia que se requiere en los momentos difíciles que afronta el país. Para ello es necesario pasar la página, que avance en la consolidación de la paz, que no se ponga más trabas innecesarias, y que no permita que actores violentos aprovechen el desorden para crecer y convertirse en nuevas amenazas inmanejables.
