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Hace año y medio los colombianos tuvimos el privilegio de tener en nuestro territorio al papa Francisco, quien en aquella ocasión dejó un mensaje de lucha para alcanzar la paz, no permitir que la cizaña dañe los mejores frutos y, sobre todo, que los jóvenes no se dejen robar la esperanza. Esas fueron frases que quedaron grabadas en nuestras mentes y que de manera permanente nos llaman a la reflexión acerca de lo que somos como país y como nación. Son ahora los vecinos panameños quienes gozan hasta hoy de la presencia del jerarca, luego de cuatro días de una amable visita, que seguramente también dejará mensajes que nos ayuden a todos a ser mejores y aportar más a los demás.
En el encuentro del país centroamericano, donde se desarrolla la Jornada Mundial de la Juventud, participan peregrinos de 150 países, quienes desde el primer día vienen escuchando del pontífice frases llenas de contenido con respecto a situaciones cotidianas del mundo de hoy. Al hablar de las responsabilidades de los gobiernos y los funcionarios públicos, en una dimensión ligada a una visión de la política en términos universales, Francisco pidió "elevar una vida que demuestre que el servicio público es sinónimo de honestidad y justicia, y antónimo de cualquier forma de corrupción". Unas palabras que caen como anillo al dedo en un país que, por las características de su estructura financiera y comercial, es proclive a sonados casos en los que se evidencian protuberantes dificultades en materia de ética económica.
A las nuevas generaciones multiculturales reunidas en el itsmo les aconsejó que, "desde su alegría y entusiasmo, desde su libertad, sensibilidad y capacidad crítica reclamen de los adultos, pero especialmente de todos aquellos que tienen una función de liderazgo en la vida pública, llevar una vida conforme a la dignidad y autoridad que revisten y que les ha sido confiada". La idea central de este llamado fue el impulso a construir una política auténticamente humana, con mayor transparencia y asumiendo una aventura en la que no se vea como normal y aceptable que el pez grande se coma al más chico, sino donde ambos puedan convivir y crecer en armonía.
Como siempre lo hace en sus alocuciones, las cuales tienen mayor sentido en América Latina, el papa también se ha referido a los pobres y a las comunidades ancestrales que muchas veces han terminado desplazadas o discriminadas en medio del ímpetu modernizador de nuestro tiempo. Sus palabras en torno a la dignidad humana, la libertad y el reconocimiento que deben tener estos pueblos y comunidades constituyen un destacado llamado a reflexionar acerca del tratamiento que desde los gobiernos y desde nuestras sociedades se les otorga, donde a veces el bien común no es al que se le da el mayor acento. Sus referencias a San Óscar Romero, santo salvadoreño canonizado por él mismo el año pasado, reforzaron el sentido de sus discursos.
Sin hacer referencia directa a la difícil situación que afronta por estos días Venezuela, Francisco se refirió a la necesidad de apoyar a los que están sufriendo en el continente y que claman que sus dirigentes actúen con sensatez para evitar más derramamientos de sangre. Por medio de un escueto comunicado desde el Vaticano se expresó: "La Santa Sede apoya todos los esfuerzos que permitan ahorrar ulterior sufrimiento a la población”. Ojalá que este clamor sea escuchado y se halle alguna fórmula pacífica para hacer el tránsito hacia la recuperación de la democracia.

La invitación es, entonces, a aprovechar las palabras del pontífice latinoamericano, quien nos habla en un lenguaje cercano y entiende profundamente nuestros problemas, para que hagamos de nuestro mundo un lugar cada vez mejor para vivir.