A la medianoche de hoy comenzará, oficialmente, el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea (UE), conocido como brexit. Este hecho ocurre tres años y medio después del referendo en el que una exigua mayoría de británicos votó a favor de irse del bloque europeo y continuar solos. Esta semana el Parlamento Europeo dio el debate definitivo y aprobó arrancar el proceso, el cual gastará 11 meses para lograr el propósito de que el 1 de enero del 2021 la separación esté consumada. De ahí en adelante habrá que tener nuevas reglas de juego.
Terminar con un lazo de 47 años o, por lo menos, transformar dicho vínculo no será fácil, y eso explica las ambivalencias que ha tenido el proceso para llegar a la etapa que hoy comienza. De hecho, fue traumático para el Reino Unido aprobar los mecanismos de separación en el Parlamento, lo que significó varios cambios de primer ministro y agudas disputas entre laboristas y conservadores. Inclusive llegó a pensarse que se impondría el brexit a la brava, como lo propuso el año pasado el reelegido primer ministro Boris Johnson, quien se anota con esto una victoria al haber sido uno de los mayores promotores de lo que hoy se concreta.
Es curioso lo que ocurre ahora con la economía británica después de tantas fluctuaciones alrededor de la puesta en marcha del brexit. Mientras las inversiones han caído y el crecimiento desciende desde el 2016, los salarios van en ascenso y el desempleo alcanzó el 3,8%, su mínimo histórico desde hace 45 años. Algunos analistas califican este fenómeno como paradójico, pero muestra también cómo las incertidumbres de los tres últimos años han llevado a un comportamiento imprevisible de la economía.
Parecería que la claridad de Johnson acerca de que el brexit no tiene reversa habría ayudado a recuperar la confianza en el entorno económico. El primer ministro también se la jugó por un alza del salario mínimo muy por encima de la inflación para empleados mayores a los 25 años, en busca de estimular el consumo interno e impulsar el crecimiento económico, que de todos modos esta vez sería inferior al del año pasado, de acuerdo con los análisis del Fondo Monetario Internacional (FMI).
El primer efecto de la entrada en vigor del divorcio es que el Reino Unido recupera el manejo pleno de sus políticas migratorias, lo que supone frenar el flujo de asiáticos y africanos, especialmente, hacia ese país. Ya la libre circulación de bienes, servicios, capital y personas que se da en la UE tendrá una talanquera con los británicos en el nuevo escenario, aunque la libre circulación está garantizada durante el periodo de transición que termina el 31 de diciembre.
Ya ese principio de que "los ciudadanos europeos pueden vivir, trabajar, estudiar o hacer negocios con libertad" sin importar en qué país del bloque se encuentren seguirá funcionando solo para los 26 restantes. Otra paradoja es que ciudadanos de otras regiones del mundo, distintas a Europa, como Latinoamérica, podrían encontrar oportunidades en el Reino Unido que antes no existían. De hecho, Johnson habla de permitirles a los estudiantes extranjeros quedarse hasta dos años después de graduados para cubrir vacantes que hoy no están ocupándose.
Desde este lado del mundo es pertinente mirar con atención lo que ocurra en los próximos meses y años entre la UE y el Reino Unido, ya que pueden surgir oportunidades de todo tipo, en exportaciones y demás intercambios que puedan resultar provechosos. Para tranquilidad global se empiezan a aclarar las cosas en medio de la incertidumbre que reinó por tanto tiempo, y eso puede ser bueno para todos.
