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La emergencia del coronavirus viene provocando toda clase de cambios en la vida cotidiana de las personas. Después de que todo esto sea superado habrá que reflexionar acerca de todas esas situaciones que en el pasado parecían inmodificables o, por lo menos, difíciles de implementar, pero que en las circunstancias actuales son las que permiten seguir avanzando sin perder el impulso. La actual e inusitada dinámica nos ha llevado a descubrir nuevas formas de hacer las cosas, acomodándonos a las circunstancias, pero también para hacerlas más afines con la calidad de vida que debe ser siempre prioridad para las sociedades.
En ese sentido, aprovechando las herramientas tecnológicas, las posibilidades que de manera masiva se pueda acceder al sistema educativo es un alternativa valiosa que debe ganar fuerza. Desde que se crearon las escuelas y las universidades la presencialidad goza de un culto especial, con ser ese contacto directo entre docente y alumno considerado vital para el aprendizaje. Debemos partir, entonces, de la base de que el encuentro directo entre quien enseña y quien aprende es un proceso que es muy difícil de reemplazar, sobre todo en primaria y secundaria.
Ahora bien, en los años recientes, especialmente en países desarrollados, el uso de las tecnologías de la información y la comunicación permite variadas opciones educativas que tienen inclusive valores agregados en las posibilidades de acceso a un aprendizaje más completo y personalizado. En países como Colombia se ha avanzado, pero aún es insuficiente y limitado, si los comparamos con las opciones en países que están a la vanguardia en investigación y logros concretos en la producción de conocimiento para el bienestar.
De hecho, en el más reciente informe de Manizales Cómo Vamos acerca de educación superior, una importante conclusión fue la necesidad de fortalecer más los canales virtuales, ante la pérdida de alumnos que sufre nuestro sistema de universidades, pese a que la mayoría tengan certificación institucional de alta calidad, logro que solo alcanza cerca del 20% de las universidades del país. Hoy, a la fuerza, debido a las restricciones para contener la expansión del Covid-19, gran parte de nuestras universidades se volcaron a la virtualidad, como única opción de no perder más tiempo, teniendo en cuenta que las universidades públicas están sin posibilidades de respiro en sus cronogramas, debido a los paros del año pasado.
Si la educación virtual que se imparte en nuestras universidades colombianas no es de la mejor calidad, eso no es culpa de la herramienta, sino del uso precario que hacemos de ella. Si tomáramos en serio su uso para la educación y se hicieran las inversiones estratégicas que se necesitan, todos los jóvenes colombianos podrían acceder a los más altos estándares del conocimiento, y no veríamos la triste realidad de la mayoría de niños y jóvenes que por estos días pierden tiempo valioso, porque sus profesores no están capacitados para la educación virtual, o porque no hay la infraestructura de comunicaciones que les permite seguir aprendiendo desde sus casas. 
En las universidades, las clases virtuales son vistas hoy solo en condición de sustitutas de las presenciales, pero sin abandonar el concepto preponderante de la presencialidad podríamos llegar a más puntos de nuestra geografía con educación de calidad, orientada principalmente a los jóvenes que solo tienen opción de realizar estudios superiores si se desplazan a las ciudades capitales. La difícil coyuntura del coronavirus nos ha empujado a evidenciar que solo se requieren mínimos esfuerzos en tecnología para que esa experiencia del aprendizaje a distancia sea considerada de primer nivel, y llegar con la misma calidad a quienes más necesitan de opciones de progreso distintos a las pocas oportunidades que hoy ponemos a su alcance. Lograrlo nos hará una verdadera sociedad del conocimiento.