El llamado Grupo de Lima, una iniciativa conformada por 14 países americanos, y que tiene como principal objetivo que regrese la democracia legítima a Venezuela, hizo bien en su reunión de ayer en Bogotá al insistir en que se buscará una salida pacífica, honrando el postulado inicial de su creación hace un poco más de un año en la capital del Perú.
Al encuentro de ayer asistieron Mike Pence, vicepresidente de los Estados Unidos, país que por boca de su presidente no descarta ninguna opción de intervención, con lo cual la salida militar será siempre una alternativa, y el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, quien a través de su cuenta de Twitter se sumó a esa teoría, indicando que el uso de la fuerza para sacar a Maduro del poder podría estar también entre sus planes.
Lo del fin de semana pasado, en el que hubo un enorme concierto de música el viernes, con más de 30 artistas pidiendo el regreso de la democracia a Venezuela, y una masiva y ordenada asistencia de público, le siguió la tensión, al día siguiente, con el intento de ingreso de toneladas de alimentos y medicinas a las que el régimen de Maduro les impidió el paso con barreras físicas como contenedores soldados a las barandas de los puentes, militares leales a su gobierno, y los temibles comandos civiles armados, que actúan sin dios ni ley.
La esperada deserción masiva de policías y guardias venezolanos terminó con 160 personas que abandonaron las filas y cruzaron la frontera buscando refugio en Colombia, un número que aunque no es despreciable, está lejos de representar una tendencia que ponga en peligro la permanencia de Maduro en el poder, por lo que no se cumplió con uno de los principales objetivos de la jornada del sábado.
Ese día, mientras las refriegas continuaban, quemaban camiones cargados con ayudas, e incluso morían indígenas venezolanos en los límites con Brasil intentando cruzarlos, Maduro presidía una enorme manifestación en Caracas, en la que mantuvo el tono incendiario y retador que siempre ha usado, y tuvo la vergüenza de bailar con sus copartidarios, tratando de quitarle gravedad a lo que simultáneamente sucedía en sus fronteras.
Es claro que para Colombia es vital lo que sucede en Venezuela, nada mejor sería que en ese país se instale un nuevo gobierno que respete las reglas de la democracia y que enderece el rumbo de una economía que no ha dejado de decrecer en los últimos años, con la tasa de inflación más alta del mundo, y con una crisis humanitaria que se refleja en millones de expatriados, hambre y falta de medicinas para su gente.
El interés del presidente Duque por encontrarle una salida a ese caos lo debemos acompañar todos, pues es del máximo interés de los colombianos tener tranquilidad en las fronteras, cooperación en seguridad, intercambio comercial, y volver a ser países cuyos destinos, mal que bien, dependerán del bienestar de la vecindad. Por eso la obsesión común debe ser que Venezuela recupere la senda del crecimiento y el respeto de los valores democráticos.
Sin embargo, la opción militar puede resultar en un camino que complique más las cosas y nos lleve a un derramamiento de sangre cuyas consecuencias nadie puede predecir con certeza y en el que muchos colombianos sufriremos. El populismo fácil de quienes abogan por esa salida nos puede llevar a otra tragedia, que empeore los problemas actuales.
Ojalá reine la sensatez, que haya ofrecimientos concretos y cumplibles para que los militares que acompañan a Maduro le quiten su respaldo, y que el dictador tenga una salida convocando pronto a unas elecciones con veeduría internacional, para que sean los propios venezolanos quienes decidan su destino.
