Gran revuelo causó esta semana la filtración de una grabación en la que se escucha al embajador de Colombia en los Estados Unidos, Francisco Santos, y a la recién designada ministra de Relaciones Exteriores, Claudia Blum, hablando acerca del exministro de Defensa Guillermo Botero, del excanciller y nuevo jefe de la cartera de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, así como de la actual situación del Departamento de Estado del país norteamericano, el cual no estaría ayudando en nada acerca de la crisis con Venezuela, porque según Santos, está “destruido”.
Aunque inicialmente se dijo que la desprevenida conversación ocurrió en un establecimiento público de Washington, lo que habría facilitado que alguien los grabara, después se conoció que el diálogo ocurrió en una sala privada de un prestigioso hotel de esa ciudad, lo que hace aún más preocupante que la conversación haya sido filtrada a los medios. Mañana lunes, Santos, quien se caracteriza por hablar sin filtro, se reunirá con el presidente Iván Duque en la Casa de Nariño para explicarle el delicado contenido de esa conversación, que no solo afecta el clima entre los funcionarios del alto gobierno, sino del Ejecutivo colombiano con el gobierno del presidente Donald Trump.
Sin embargo, más allá del contenido de la charla, que pudo haberse dado de manera privada sin mayores consecuencias, el problema es lo que queda en evidencia. Por un lado, que la cooperación con los Estados Unidos está estancada, que hay una rivalidad entre Santos y Trujillo por ambiciones políticas, que el trabajo del excanciller en materia diplomática no obedecía a una estrategia, sino a meras reacciones apresuradas, de lo cual hay hechos ilustrativos. En fin, lo grave es que esa conversación demuestra que la falta de liderazgo desde la Casa de Nariño tiene consecuencias en todos los niveles y ámbitos del aparato de gobierno.
Si ya la gobernabilidad del presidente Duque tiene dificultades por cuenta de la situación interna, agravada por la fuerza del paro del pasado jueves, que exige una reacción proactiva para hallar soluciones a problemas de gran calado, este episodio debilita en forma significativa las acciones del país en un escenario tan importante como los Estados Unidos. Además, si después del 27 de octubre, con el nuevo mapa político colombiano, se le empezó a pedir a Duque que hiciera cambios en su gabinete, con la actual situación tales modificaciones resultan más urgentes. Está claro que el mandatario tiene hoy un equipo de gobierno con grandes fisuras que deben ser corregidas.
Así mismo, en el nuevo escenario, el papel de Blum al frente de la política externa colombiana, y en particular con las complejas relaciones con Venezuela, que de hecho no existen por las vías diplomáticas, deja interrogantes sobre el camino que seguirá para promover un cambio en ese país que permita el retorno de la democracia, ante el fracaso de las acciones que se han intentado hasta ahora. El problema es que ante la evidente crisis que hay en el Ejecutivo, la falta de control y la desconexión que existe entre las diversas carteras para un trabajo en equipo, por lo que el presidente Duque tendrá que asumir con más decisión el liderazgo ante su propio gabinete.
El presidente Duque tendrá que orientar una estrategia clara que le dé identidad a su administración, y que demuestre el compromiso con resolver los problemas que los colombianos demandaron el pasado jueves, concrete un renovado equipo responsable y serio que actúe siguiendo unas directrices claras, y no como ruedas sueltas con intereses individuales.
