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La semana que hoy termina nos deja desgarradoras escenas en las que víctimas de las desmovilizadas Farc, en medio de lágrimas y lamentos estremecedores, ante los magistrados de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) relataron con detalles sus sufrimientos en cautiverio, las humillaciones, el irrespeto a la dignidad humana y toda clase de atropellos de que fueron objeto en manos de la que fue la guerrilla más grande del país. Escuchar a esas mujeres y hombres que todavía cargan con el trauma de haber sentido cada día la cercanía de la muerte, nos obliga a reflexionar acerca de las dificultades profundas que tiene el sueño de construir paz en Colombia.
A las víctimas muchas veces les pedimos que avancen en la reconciliación, que abran sus corazones al perdón, pero es fácil decirlo y bastante más difícil para ellas dar ese paso, cuando se ha sufrido tanto por culpa de otros. A pesar de eso, en ejemplares muestras de grandeza y generosidad, muchos de quienes sufrieron toda clase de vejámenes durante el conflicto armado han expresado que prefieren pasar la página y mirar hacia adelante, sacrificio que los colombianos en general no hemos valorado en la magnitud en que deberíamos hacerlo.
Los familiares de los 11 diputados del Valle del Cauca, asesinados en junio del 2007, estuvieron el viernes ante la JEP expresando sus dolores y sus preocupaciones ante la posibilidad de que quienes mataron a sus seres queridos salgan impunes. Son inquietudes lógicas nacidas en el corazón de quienes durante todo este tiempo han padecido la ausencia, el vacío, la rabia, y que esperan que haya al menos una compensación a su sufrimiento. Los magistrados de la JEP tienen en estas situaciones un gran desafío a la hora de impartir justicia, en el entendido de que lo más importante es que los victimarios, quienes ya entregaron sus armas, muestren un sincero arrepentimiento y un férreo compromiso de no volver a usar la violencia. Hubo mucha indolencia, sin duda durante el tiempo del conflicto, de la que participaron incluso quienes se opusieron a toda costa a un acuerdo humanitario. Sin embargo, es hora de dejar esos reproches a un lado y avanzar con la frente en alto evitando obsesionarse con el espejo retrovisor.  
Lo que hemos visto y escuchado en la JEP hasta el momento demuestra que esta justicia puede ser muy útil para hacer la catarsis que se necesita y avanzar hacia la reconciliación. Las mismas víctimas han aceptado que pese a su profundo dolor y a que por momentos sintieron sed de venganza, hoy se proponen ayudar a construir paz en Colombia. Como país debemos tomar ese ejemplo y no permitir que se fortalezcan los discursos del odio, y más bien ayudar a que la JEP haga bien su trabajo. En ese sentido, es importante que la Fiscalía entregue a sus magistrados la información que piden para lograr un panorama claro de lo sucedido, porque lo más importante es alcanzar la mayor cercanía a la verdad. En lugar de debilitarla hay que fortalecerla, lo mismo que a la Comisión de la Verdad.

En definitiva, la JEP debe demostrar que las víctimas y no los victimarios son, en realidad, el centro de sus acciones, entendiendo que las penas alternativas deben apuntar a garantizar la construcción de una verdadera paz estable y duradera, con garantía de no repetición.