La semana pasada la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y el Gobierno Nacional presentaron como un éxito el descenso del 9% en los cultivos de coca en Colombia, los cuales pasaron de 169 mil hectáreas en el 2018, a 154 mil el año pasado. La mala noticia alrededor de este asunto es que la producción de cocaína en nuestro país se mantiene en alza, lo que significa que ahora quienes procesan el alcaloide son más eficientes y hacen que su negocio ilícito sea más rentable.
Hay que reconocer que desde hace seis años no se tenía un descenso tan importante en la cantidad de coca sembrada, lo cual es sin duda un avance; el año pasado la mejora fue mínima. Sin embargo, todavía estamos lejos de las cifras del 2014, cuando los cultivos cayeron a las 69 mil hectáreas. Falta, entonces, mucho todavía para que se recupere el cauce que se traía y se pueda afirmar que se les está ganando la batalla a los carteles de las drogas que, como está comprobado, ahora tienen una mayor presencia de las mafias mexicanas.
Preocupan los incrementos en las áreas de cultivo en Norte de Santander y Valle del Cauca, lo que podría llevar a que se deteriore aún más en esos lugares el orden público. También es bastante lamentable que nuestro país siga apareciendo como el mayor productor de clorhidrato de cocaína, con cerca de 1.137 toneladas métricas al final del 2019, lo que significó un alza del 1,5% con respecto al 2018.
Esto significa, en realidad, que estamos lejos de poder afirmar que se está ganando la guerra contra las drogas, tal y como está planteada, y que corresponde al mismo modelo impulsado desde hace 50 años por los Estados Unidos. Si bien las incautaciones fueron significativas, con 433 toneladas de cocaína y 49,8 toneladas de base de coca, bastante más altas que en años pasados, eso lo único que logra es que el producto sufra una supuesta escasez entre los consumidores, lo que eleva el precio. En realidad, los narcotraficantes poco pierden con estas incautaciones.
El Gobierno insiste en la introducción del uso del glifosato en la lucha contra el narcotráfico, lo cual no puede ser descartado de plano, pero sí necesita que se ejecute siguiendo cuidados fundamentales para no afectar la salud de las personas o el equilibrio ambiental. Seguimos pensando que la mejor manera de golpear a los carteles y acabar con ese negocio ilegal sería una estrategia global con reglamentaciones en la comercialización del producto, al mismo tiempo que se les quita a las mafias el manejo de una industria que ya no arrojaría las enormes ganancias que llevan a muchos a exponerse a morir para defenderla.
Eso tendría un efecto positivo adicional para nuestro país, y es que miles de familias campesinas dejarían voluntariamente de sembrar coca para enfocarse en el cultivo de otros productos que tendrían efectos positivos para la seguridad alimentaria. Eso también desnarcotizaría la relación con los Estados Unidos, la cual se podría enfocar en asuntos más estratégicos para el desarrollo de Colombia.
