Una celebración por la vida se llevó a cabo ayer en Armenia y el Quindío, con motivo de los 20 años del sismo que destruyó gran parte de esa ciudad y que afectó a otros 28 municipios del Eje Cafetero. Además de exposiciones artísticas y fotográficas, se hicieron homenajes en memoria de las cerca de 1.250 víctimas, ceremonias religiosas, actos protocolarios y hasta presentaciones de danza y teatro en los que se reflexionó acerca de los aprendizajes y los retos que todavía quedan hacia el futuro en cuanto a la recuperación total de la zona y la manera de hacerle frente a los fenómenos de la naturaleza y sus consecuencias.
Debemos recordar que, si bien los grandes daños del sismo se concentraron en el Quindío, también en los departamentos de Risaralda y Caldas se tuvieron repercusiones de importancia, y que toda esta región está ubicada en una zona de alta sismicidad que nos obliga a estar bien preparados para mitigar los posibles efectos de nuevos terremotos que ocurran en la zona. Manizales, por fortuna, no ha tenido que soportar un sismo como el del 25 de enero de 1999; los de 1962 y 1979 causaron estragos en la capital caldense, pero no de la magnitud sufrida por Armenia. Por eso el aprendizaje de los quindianos puede ayudarnos a sortear con éxito posibles eventos de ese tipo que ocurran en el futuro.
Ahora bien, muchos quindianos más que la destrucción dejada por las ondas sísmicas recuerdan hoy el terror vivido en medio de los saqueos y el vandalismo de esos días. Gran parte de la Fuerza Pública, que pretendía colaborar en la remoción de escombros y rescate de personas, se tuvo que dedicar a contener oleadas delincuenciales que atracaban almacenes y supermercados. Por eso, algunos piensan que no solo colapsaron en aquella ocasión las estructuras de cemento, sino también el andamiaje moral de una sociedad que, aparentemente tranquila, vio derrumbarse su tejido social.
Al repasar lo ocurrido hace dos décadas en ese lugar del Eje Cafetero, observamos profundos daños para la economía y el bienestar social, de los cuales todavía no se reponen del todo quienes con mayor rigor recibieron el impacto de la tragedia. En este sentido, el manejo administrativo de los recursos que se invirtieron en el proceso de reconstrucción fue en términos generales limpio y eficiente, y permitieron que resurgiera una ciudad de casi 300 mil habitantes que hoy tiene apariencia moderna y en crecimiento. No obstante, flagelos como el desempleo, entre otros problemas de impacto social, siguen afectando de manera seria a los quindianos.
El Quindío, con coraje, se ha sabido levantar de sus graves dificultades y profundizar en su vocación turística, que se volvió vital para la economía regional y ha atraído visitantes nacionales y extranjeros hacia otras zonas cafeteras. La pujanza de la gente de toda esta región tiene en la reconstrucción de Armenia y del Quindío un gran ejemplo, con valiosas enseñanzas que pueden servirnos para mejorar nuestros planes de atención y contingencia en materia de riesgos de desastres.
No obstante, buena parte de la clase dirigente quindiana también se ha dedicado a enseñar lo que no debe hacerse, y por ello hay tantos exgobernantes cuestionados y hasta en la cárcel, debido a actos de corrupción. De esas graves equivocaciones también debemos aprender, y trabajar como sociedad para ser más respetuosos de lo público y su ética. Si cuando ocurren este tipo de emergencias se cuenta con líderes y dirigentes con verdadera vocación de servicio y pulcritud en el manejo de los recursos, es posible mantener la esperanza y recuperar pronto el tiempo perdido.
