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Superada solo por Bogotá (7,49) y Medellín (7,05), que naturalmente concentran el más alto porcentaje de la dinámica económica nacional, Manizales (6,64) es tercera en el Índice de Competitividad de Ciudades, realizado por el Consejo Privado de Competitividad y la Universidad del Rosario. Es un gran logro, sin duda, para una ciudad intermedia como la nuestra, más cuando en esta ocasión fueron medidas, por primera vez, las 32 capitales de departamentos. Es la tercera vez que se hace este escalafón; en las tres mediciones la capital caldense ha aparecido en los primeros lugares.
Los factores que se miden tienen que ver con las condiciones habilitantes, el capital humano, la eficiencia de los mercados y el ecosistema innovador. Cada una de ellas está constituida por pilares, entre los que se destacan sostenibilidad ambiental, salud, entorno para los negocios, adopción TIC, infraestructura y equipamiento, y a la vez reúne un total de 103 indicadores provenientes de toda clase de fuentes oficiales.
En medio de lo que estamos viviendo con la pandemia de covid-19 se destaca que Manizales tenga puntajes altos en el nuevo pilar de adopción TIC, por el número de computadores y teléfonos celulares en los hogares. En ese aspecto todavía podría hacerse más en el desempeño de ancho de banda en internet, en lo que Bogotá nos lleva ventaja, pero allí se depende en buena medida de las empresas operadoras. Es significativo, igualmente, que sigamos al frente en tener un ambiente favorable para los negocios, lo que podría significar una ventaja comparativa cuando se empiece a trabajar en la manera de salir de la crisis que nos dejará la covid-19, y atraer nuevas inversiones.
No puede negarse que en la mayor parte de los aspectos se está haciendo bien la tarea, pero en los asuntos de la educación hay un marcado contraste que nos deja con una competitividad coja, incompleta. Por un lado, Manizales se sigue destacando por sus universidades, al punto de encabezar las calificaciones entre todas las ciudades capitales, pero es muy preocupante que el lastre que no nos permite ser más competitivos sea la educación básica y media, donde estamos supremamente rezagados, en la cola de las cifras, lo cual requiere soluciones urgentes.
Lo más complicado es que en esta época de pandemia entre los grandes perjudicados están los estudiantes de primaria y secundaria, sin poder recibir clases presenciales y con una conectividad de internet deficiente. El impacto negativo para la calidad será real y se podrá ver, seguramente, en las mediciones del próximo año. Estudios internacionales señalan que la actual emergencia sanitaria hará que las brechas de desigualdad se amplíen, por lo que se requieren políticas públicas muy eficaces para corregir pronto esta tendencia infortunada.

Desde luego que no será una tarea fácil si somos conscientes de que la economía, en general, está muy resentida, y que los recursos tendrán que hacerse rendir para que alcancen para todo. Se va a necesitar un amplio periodo de tiempo para la recuperación, pero lo fundamental es tener claras las prioridades, que en nuestro caso tienen que ver, sin duda, con una mejor educación para nuestros niños y jóvenes.