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El nuevo mapa político de Colombia, surgido del resultado de las elecciones regionales del pasado 27 de octubre, muestra una nueva realidad que no puede ignorarse. El hecho de que en las principales ciudades del país como Bogotá, Medellín y Cali, a las que se suman otras intermedias como Cartagena, Florencia, Cúcuta y Manizales, por ejemplo, el partido de gobierno haya perdido de manera estruendosa, exige ajustes en aspectos fundamentales del Ejecutivo, con respecto al manejo dado desde el 7 de agosto del año pasado. El presidente Iván Duque debe hacer una lectura correcta del país que gobierna, antes de que las cosas se le salgan de las manos.
Es evidente que en el Congreso de la República los proyectos surgidos en la Casa de Nariño, en buena medida, no gozan de gran respaldo, y que gran parte de las iniciativas que se han tramitado durante estos primeros 15 meses de administración se han caído o tienen dificultades para seguir adelante. Con la nueva realidad, si el presidente Duque no hace los ajustes necesarios, será cada vez más complejo asegurar la gobernabilidad que necesita. Si el partido que logró llevarlo a la Presidencia está ahora debilitado, tendrá que buscar el acompañamiento de otras fuerzas; no hacerlo provocará una crisis permanente que nos afectará a todos.
El camino más corto y efectivo para mostrar que está dispuesto a escuchar al país y trabajar para sintonizarse con el pueblo colombiano, sería hacer algunos cambios en su gabinete. Tratar de mantener un gobierno de partido ante una realidad política como la actual sería incoherente, que solo conduciría a generar mayores problemas en la percepción que los colombianos tienen de su presidente y a que sea cada vez más difícil avanzar hacia el cumplimiento del Plan de Desarrollo. Actitudes como la de mantener al ministro de Defensa, Guillermo Botero, en contra de la corriente constituye un gran desgaste. Un gesto correcto sería hacer una renovación del gabinete; si no, el Congreso seguirá distraído en permanentes mociones de censura.
Es el momento para que su administración se ubique más en el centro, donde tal vez el presidente Duque encuentre su real identidad. Para ello es fundamental que envíe un mensaje claro de compromiso con la implementación del proceso de paz con las Farc sin evadir los temas principales ligados a la Reforma Rural Integral, la defensa de la Justicia Especial para la Paz (JEP) y la ubicación de las víctimas en el corazón de las distintas decisiones, en procura de pasar la página y mirar hacia el futuro. Tampoco se pueden seguir aplazando iniciativas como la reforma política y la reforma a la justicia que claman amplios sectores de la sociedad.

El primer mandatario tiene la oportunidad de renovar su equipo de gobierno y de reenfocar sus prioridades para la confianza inversionista, la lucha por reducir la inequidad social y el desarrollo económico se vean reflejados en hechos concretos. Debe también el Gobierno Nacional escuchar con atención los reclamos sociales, perseguir decididamente los criminales que buscan desestabilizar el país y cumplir sus compromisos de lucha contra la corrupción. En la medida en que haya diálogo directo con las comunidades y ejecución de políticas claras que brinden seguridad y confianza será posible que el Ejecutivo recupere su credibilidad entre los colombianos. El presidente Iván Duque, como lo anunció en su discurso de posesión, debe dar muestras claras de que su gobierno es para todos.